El Grupo de Investigación LlactaLAB-Ciudades Sustentables presenta su sexto libro “CASAS Y CONJUNTOS. Vivienda social en Cuenca entre 1973 y 2014”, dentro de la serie Ciudades Sustentables. El cual es producto del proyecto de investigación “Sustitución de sistemas y productos industriales no sustentables utilizados en la vivienda social y el urbanismo en el Ecuador por nuevos productos y sistemas innovadores”, financiado por la Universidad de Cuenca.
La primera pregunta al comenzar este libro fue: ¿Qué es la vivienda social? Es evidente que su definición no es clara ni única, por esto cuando se habla de ella se producen malos entendidos que no contribuyen a una reflexión precisa y constructiva sobre el tema. En nuestro caso, cuando hablamos de vivienda social nos referimos a aquella que de manera directa o indirecta ha sido promovida por el Estado en un afán de cubrir las necesidades de la población de sectores empobrecidos y medios de la sociedad.
El libro se enfoca en conocer la política pública en vivienda que se dio en el Ecuador, pero particularmente en Cuenca, entre el año 1973 y el 2014, y los productos concretos que a partir de ella se derivaron. Lo que nos interesa es evaluar los proyectos en dos escalas: la primera, incluye al conjunto habitacional, su ubicación en la ciudad, densidad de viviendas, existencia de espacios colectivos, diversidad de usos, relación abierta o cerrada con la ciudad, diversidad de tipologías de vivienda; y, la segunda, centrada en la vivienda en sí misma, considera su posibilidad de ampliación, presencia de espacios para actividades artesanales, existencia de parqueaderos, confort y eficiencia para una buena calidad de vida.
Sin duda, el momento actual amerita una reflexión profunda sobre la urgencia de diseñar y construir vivienda digna apropiada a los desafíos de la época, por lo que resulta importante conocer lo que ya se ha hecho para, de esta manera, no cometer los mismos errores. Es apremiante proponer nuevos sistemas de organización urbana, configuración espacial y soluciones constructivas en donde la sustentabilidad social y ambiental estén presentes. Se debe pensar en ofertar vivienda que fomente nuevas formas de habitar y que recupere la vida comunitaria y solidaria, en donde los espacios posibiliten la presencia de la familia ampliada e induzcan relaciones de solidaridad, trabajo en “minga” y actividades compartidas. Necesitamos, además, pensar en una nueva manera de co-habitar compartiendo gestión y acción, responsabilizándose de la casa, la calle y el territorio, y fortaleciendo, de esta manera, la resiliencia urbana y la sostenibilidad local. Sin embargo, y a pesar de la urgencia, esta discusión tomará aún algún tiempo. Pero, no por eso debemos demorar el debate desde la academia. Este debate debe incluir, por supuesto, a los técnicos y autoridades encargados de la toma de decisiones, así como al público interesado. En esta época, al igual que en épocas anteriores, es la política pública la que permitirá la dotación de nuevas y variadas ofertas de vivienda digna que permita fortalecer las relaciones sociales y comunitarias. Estas políticas deberán preocuparse de la división del suelo, la configuración espacial y el tamaño de la vivienda, los espacios colectivos, el tipo de tenencia, entre otros importantes temas.
El siglo XX, a través de la vivienda social, justamente ha establecido y normado una forma de habitar. Es urgente revertir esta fórmula en el siglo XXI para que la vivienda nos permita vivir y no solo sobrevivir, que nos permita estar en armonía con el entorno y con nosotros mismos, fortaleciendo los lazos comunitarios y familiares: esa es la vida que queremos y en la que se apoyarán las futuras generaciones.