Rosalind Franklin (1920 – 1958) nació en Londres, en una acomodada familia judía y, pronto, destacó por su capacidad para las ciencias. Su padre no aceptó que quisiera estudiar Química-Física en la Universidad de Cambridge y fue una de sus tías la que acarreó con los gastos. Superó todos los exámenes finales, pero la Universidad no emitía títulos para mujeres; tampoco se las consideraba parte del claustro.
Tras licenciarse, comenzó a estudiar las propiedades del carbón, en un momento en el que era un material estratégico, no sólo por su importancia en la producción de energía, sino también por su uso en máscaras antigás. Rosalind desarrolló métodos que permitían clasificar los carbones y predecir su comportamiento. Esta investigación le permitió doctorarse en 1945.
Rosalind Franklin,Wikimedia commons.
Tras la II GM, se trasladó a París, donde se especializó en el análisis de estructuras cristalinas por difracción de Rayos X, técnica que permite “observar” los átomos que conforman un compuesto en forma de puntos sobre una placa fotográfica al irradiarlo con Rayos X. Rosalind aplicó este método a biomoléculas como el ADN, el ARN y el virus del mosaico del tabaco.
“La ciencia y la vida cotidiana no pueden ni deben estar separadas”
En el Kings College de Londres consiguió notables descubrimientos, en concreto, obtuvo la Fotografía 51, una fotografía del ADN que se considera clave para entender la organización tridimensional de esta molécula. Ésta proporcionó a Watson y Crick un respaldo experimental crucial para que establecieran la hipótesis de “La doble hélice”.
Gracias a la Fotografía 51 de Rosalind, Watson, Crick y Wilkins obtuvieron el Premio Nobel en 1962 por la descripción de la estructura del ADN. El trabajo de Rosalind nunca fue reconocido.
Rosalind murió en 1958 de un cáncer de ovarios, probablemente producido por las radiaciones con las que trabajaba. Poco después, en 1962, Watson, Crick y Wilkins recibieron el Premio Nobel en Fisiología y Medicina por el descubrimiento de la estructura del ADN y ninguno incluyó reconocimiento alguno al trabajo de Franklin ni mencionaron haberlo visto antes de publicar sus trabajos. Fue en el libro de Watson La doble hélice, el que permitió descubrir la figura de Rosalind Franklin, a la que describía de forma prácticamente insultante:
“Estaba decidida a no destacar sus atributos femeninos. Aunque era de rasgos enérgicos, no carecía de atractivo, y habría podido resultar muy guapa si hubiera mostrado el menor interés por vestir bien. Pero no lo hacía. Nunca llevaba los labios pintados para resaltar el contraste con su cabello liso y negro, y, a sus 31 años, todos sus vestidos mostraban una imaginación propia de empollonas adolescentes inglesas.”
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